Esta historia apareció por primera vez en FactCheck.org.
By Jessica McDonald
Compendio SciCheck
Las vacunas de ARNm contra el COVID-19 enseñan al sistema inmunitario a reconocer y combatir el coronavirus, lo que reduce en gran medida la probabilidad de padecer una enfermedad grave si una persona se infecta. No hay pruebas de que las vacunas perjudiquen la inmunidad, como algunos, entre ellos Tucker Carlson de Fox News, han afirmado infundadamente.
Más de 500 millones de dosis de vacunas contra el COVID-19 han sido administradas en Estados Unidos y solo han aparecido unos pocos, e infrecuentes, problemas de seguridad. La gran mayoría de personas tiene efectos secundarios menores y temporales, tales como dolor en el lugar del pinchazo, cansancio, dolor de cabeza o dolor muscular, o ninguno de ellos. Como los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) han dicho, estas vacunas “se han sometido y continuarán siendo sometidas al monitoreo de seguridad más intensivo de la historia de EE. UU.”
Un pequeño número de reacciones alérgicas graves conocidas como anafilaxia, la cual puede suceder con cualquier vacuna, han ocurrido con las vacunas contra el COVID-19 autorizadas y aprobadas. Afortunadamente, estas reacciones son escasas, comúnmente ocurren a minutos de la inoculación y pueden ser tratadas. Aproximadamente 5 por millón de personas vacunadas sufren de anafilaxia tras recibir una vacuna contra el COVID-19, según los CDC.
Para asegurarse de que las reacciones alérgicas graves puedan identificarse y tratarse, todas las personas que reciben una vacuna deben permanecer en observación por 15 minutos después de recibir la inyección. Y las personas que hayan experimentado anafilaxia o hayan tenido algún tipo de reacción alérgica inmediata a cualquier vacuna o inyección en el pasado. deben ser monitoreadas durante media hora. Las personas que hayan tenido una reacción alérgica grave a una dosis anterior o a uno de los ingredientes de la vacuna no deben vacunarse. Además, aquellos que no deberían recibir un tipo de vacuna contra el COVID-19 deben ser monitoreados durante 30 minutos después de recibir un tipo diferente de vacuna.
La evidencia indica que las vacunas de ARNm de Pfizer/BioNTech y de Moderna pueden infrecuentemente causar una inflamación al músculo cardíaco (miocarditis) o de la capa exterior que recubre el corazón (pericarditis), especialmente en hombres adolescentes o adultos jóvenes.
De acuerdo a datos recogidos hasta agosto de 2021, las tasas de notificación de cualquiera de las afecciones en EE. UU. son más altas en hombres de 16 a 17 años después de la segunda dosis (105,9 casos por millón de dosis de la vacuna de Pfizer/BioNTech), seguidos por varones de 12 a 15 años de edad (70,7 casos por millón). La tasa para hombres de entre 18 y 24 años fue de 52,4 casos y 56,3 casos por millón de dosis de las vacunas de Pfizer/BioNTech y Moderna, respectivamente.
Funcionarios de la salud han enfatizado que la miocarditis y pericarditis en conexión con las vacunas ocurren con muy poca frecuencia y que los beneficios de la vacunación aún superan los riesgos. Evidencia temprana sugiere que estos casos de miocarditis son menos graves que los comúnmente vistos. Los CDC también dijeron que la mayoría de los pacientes que recibieron atención “respondieron bien al tratamiento con medicamentos y al reposo y mejoraron rápidamente”.
La vacuna de Johnson & Johnson ha sido relacionada con un mayor riesgo a una condición infrecuente de coágulos sanguíneos con niveles bajos de plaquetas, principalmente en mujeres de entre 30 y 49 años de edad. Síntomas tempranos de la condición, conocida como síndrome de trombosis-trombocitopenia (TTS, por sus siglas en inglés) pueden aparecer incluso a tres semanas de la vacunación e incluyen graves o persistentes dolores de cabeza o visión borrosa, hinchazón de piernas, y “moretones que se producen fácilmente o pequeños puntos de acumulación de sangre debajo de la piel que se extienden desde la zona de la inyección”.
Según los CDC, el TTS ha ocurrido en alrededor de 4 personas por cada millón de dosis administradas. Hasta principios de abril, se habían confirmado 60 casos del síndrome, incluyendo nueve muertes, luego de más de 18,6 millones de dosis administradas de la vacuna de Johnson & Johnson. Aunque el TTS sigue siendo raro, debido a la disponibilidad de vacunas de ARNm que no muestran vínculo con este serio efecto secundario, el 5 de mayo la FDA limitó el uso autorizado de la vacuna de J&J a adultos que o no pudieron recibir ninguna de las otras vacunas contra el COVID-19 autorizadas o aprobadas por razones médicas o de acceso, o solo quisieron la vacuna de J&J para protegerse de la enfermedad. Varios meses antes, el 16 de diciembre de 2021, los CDC habían comenzado a recomendar las vacunas de Pfizer/BioNTech y de Moderna, por sobre las de J&J.
La vacuna de J&J también se ha relacionado con un mayor riesgo de síndrome de Guillain-Barré, un trastorno raro en el que el sistema inmunitario ataca a las células nerviosas. La mayoría de las personas que desarrollan el síndrome se recuperan por completo, aunque algunas el daño es permanente en los nervios y la afección puede ser fatal.
Los datos de vigilancia de seguridad sugieren que en comparación con las vacunas de ARNm, que no se han relacionado con el síndrome, la vacuna de J&J está asociada con 15,5 casos adicionales de GBS, como se conoce al síndrome por sus siglas en inglés, por millón de dosis de la vacuna en las tres semanas posteriores a la vacunación. La mayoría de los casos notificados después de la vacunación con J&J han ocurrido en hombres mayores de 50 años de edad.
Historia completa
Las dos vacunas de ARN mensajero, o ARNm, contra el COVID-19 de Pfizer/BioNTech y de Moderna actúan preparando el sistema inmunitario para que pueda responder más rápidamente a una infección por el coronavirus. Amplios estudios controlados aleatorios y un importante volumen de datos del mundo real respaldan la eficacia y la seguridad de las vacunas, que siguen proporcionando una fuerte protección contra la enfermedad grave y la muerte, especialmente después de una o dos dosis de refuerzo.
Sin embargo, el presentador de televisión conservador Tucker Carlson argumentó que las vacunas podrían estar dañando al sistema inmunológico. En su programa en Fox News el 21 de julio, utilizó fuentes dudosas y tergiversó y eligió datos con pinzas para concluir incorrectamente que “parece probable que la vacuna pueda suprimir el sistema inmunitario”. Sus comentarios también fueron compartidos en las redes sociales.
“¿Es posible que la vacuna pueda hacerle daño, especialmente si sigue recibiendo dosis de refuerzo? ¿Podría debilitar su sistema inmunitario? Bueno, parece posible”, dijo, citando a la publicación Food and Chemical Toxicology, que, según él, “publicó los hallazgos de varios investigadores del ARNm, y citamos: ‘En este estudio presentamos pruebas de que la vacunación provoca un profundo deterioro en la señalización del interferón tipo uno, que tiene diversas consecuencias adversas para la salud humana’”.
Luego, Carlson se preguntó por qué la prensa no había informado sobre la investigación, de la cual volvió a citar.
“De hecho, parece probable que la vacuna pueda suprimir el sistema inmunitario”, dijo Carlson. “Este hecho, concluyeron los autores, ‘tendrá una gran variedad de consecuencias, entre las que se incluyen la reactivación de infecciones virales latentes y la reducción de la capacidad para combatir futuras infecciones de manera eficaz’”.
A continuación, Carlson afirmó falsamente que un estudio en la prestigiosa revista científica británica Lancet llegó a “conclusiones similares”.
Sin embargo, prácticamente nada de lo que afirmó Carlson es correcto. No es un “hecho” que las vacunas supriman el sistema inmunitario, ni hay ninguna prueba fiable que sugiera que puede ser cierto. El estudio que cita Carlson, que fue escrito por varias personas que se oponen a la vacunación contra el COVID-19, tergiversa y distorsiona las conclusiones de otros científicos para hacer afirmaciones ilógicas e infundadas.
El autor principal del artículo de Lancet también nos dijo que su trabajo, que Carlson tergiversó, “no demuestra nada” de lo que Carlson alega.
Estudio no fiable de Food and Chemical Toxicology
La principal prueba de Carlson para decir que las vacunas dañan el sistema inmunitario es un estudio muy criticado publicado en Food and Chemical Toxicology por varias personas conocidas por estar en contra de la vacunación o por difundir información falsa sobre salud.
Su principal autora, Stephanie Seneff, es una experta en ciencias de la computación en el Massachusetts Institute of Technology que, entre otras opiniones científicas sin fundamento, ha afirmado falsamente que las vacunas causan autismo y ha impulsado una teoría que relaciona el herbicida glifosato con el COVID-19. Otro autor principal, el Dr. Peter McCullough, es un internista que repetidamente ha difundido información errónea sobre los tratamientos contra el COVID-19 y las vacunas. Otro de los autores, Greg Nigh, practica la naturopatía, una forma de medicina alternativa que a menudo ha adoptado métodos pseudocientíficos.
Cuando el estudio se publicó por primera vez en abril, numerosos críticos lo condenaron, y algunos pidieron que fuera retractado. (Esta petición fue denegada. Cabe destacar que, el artículo apareció en la publicación después de que el editor jefe hiciera un llamamiento pidiendo estudios “sobre posibles efectos tóxicos de las vacunas contra el COVID-19”).
El estudio, que no presenta ninguna investigación original, es una revisión combinada con un análisis de datos del Sistema de Notificación de Reacciones Adversas a las Vacunas (VAERS, por sus siglas en inglés), el sistema de alerta temprana de Estados Unidos para detectar posibles problemas de seguridad con las vacunas. Cualquiera puede presentar un informe al VAERS, estos no son examinados para comprobar su exactitud, y un síntoma reportado no implica que haya sido necesariamente causado por la vacuna. A menudo los datos han sido usados para afirmar erróneamente que las vacunas son peligrosas.
Algunas secciones que revisan la literatura científica son correctas, pero según nos dijeron los expertos, las conclusiones que sacan los autores sobre la función inmunitaria tras la vacunación carecen de fundamento y el análisis del VAERS contiene errores, como ha explicado en Twitter y en su blog Jeffrey S. Morris, bioestadístico en la Universidad de Pensilvania.
“Este extenso estudio de revisión contiene muchos detalles sobre diversas vías biológicas, pero sus vínculos con las vacunas de ARNm son casi enteramente una especulación. En algunos casos, se refieren a otras vacunas, a la antigua tecnología de ARNm o a la infección por COVID-19, pero no están directamente vinculados con las vacunas de ARNm”, escribió Morris.
“De hecho, gran parte de sus pruebas proceden de estudios sobre infecciones graves por el COVID-19, no de la vacunación, por lo que gran parte del contenido de este artículo sería más adecuado para un estudio en el que se señalan los posibles peligros derivados de infecciones graves por el COVID, en lugar de causar alarma respecto a las vacunas de ARNm”, añadió.
Una de las principales conclusiones del artículo es que las vacunas de ARNm contra el COVID-19 suprimen el sistema inmunitario innato, concretamente la respuesta del interferón de tipo I. Los interferones son proteínas antivirales que ayudan a limitar la propagación de una infección viral, aunque también pueden provocar una inflamación perjudicial. Esta es la supuesta premisa que utilizan los autores, y que Carlson cita, para afirmar que las vacunas dificultarían la respuesta a las infecciones y aumentarían el riesgo de padecer cáncer.
Pero los expertos que estudian la respuesta del interferón dicen que eso es falso.
“No conozco ningún informe que demuestre lo que se afirma en la revisión”, nos dijo en un correo electrónico Ivan Zanoni, inmunólogo en el Hospital Infantil de Boston que ha estudiado la respuesta del interferón en pacientes infectados por el coronavirus.
“No tiene ninguna lógica respecto con lo que sabemos sobre la vacuna y su funcionamiento, ni tampoco con lo que sabemos sobre el funcionamiento del sistema inmunitario”, añadió.
Elina Zúñiga, bióloga molecular en la Universidad de California en San Diego que estudia el interferón y ha revisado su función en el COVID-19, estuvo de acuerdo.
“Los autores hacen algunas conexiones para especular sobre una posibilidad, pero no hay datos ni pruebas científicas que apoyen la afirmación de que la señalización del interferón se suprime en individuos vacunados”, nos dijo en una entrevista telefónica.
De hecho, según Zanoni, las pruebas existentes contradicen la idea de que la vacunación reduce la capacidad de una persona de generar una respuesta del interferón. Un estudio, añadió, indicó que las personas que habían recibido una dosis de la vacuna de Pfizer/BioNTech antes de ser hospitalizadas por COVID-19 tenían una mejor respuesta del interferón antiviral que aquellas que no estaban vacunadas.
Otro estudio también contradice esta premisa, añadió Zanoni. Un laboratorio de la Universidad Rockefeller descubrió a principios de la pandemia que un subgrupo de personas que desarrollan COVID-19 grave produce anticuerpos que bloquean sus propios interferones. Estos anticuerpos impiden que los interferones ayuden a combatir el coronavirus en las primeras fases de la infección, y probablemente explican la gravedad de la enfermedad. El mismo laboratorio ha comprobado que ocurre lo mismo con las personas vacunadas, y que los individuos con autoanticuerpos contra el interferón corren un mayor riesgo de padecer una enfermedad grave, incluso después de la vacunación.
Si las vacunas suprimieran la respuesta del interferón, como propone la revisión, las personas vacunadas con autoanticuerpos no correrían más riesgo porque los interferones ya estarían suprimidos, dijo Zanoni.
Para argumentar que las vacunas suprimen el interferón, la revisión de Food and Chemical Toxicology cita un estudio sin publicar que encontró una respuesta de interferón mucho mayor en ciertas células inmunes de personas con infecciones activas por coronavirus en comparación con las de personas antes y después de la vacunación.
Pero uno de los autores del estudio nos dijo que esa interpretación de los resultados era incorrecta.
“Hemos observado niveles más altos de señalización de interferón en las células de los pacientes con la enfermedad del COVID-19 que en los adultos que recibieron las vacunas de ARNm. El estudio que cita nuestro trabajo interpreta erróneamente que la falta de inflamación es lo mismo que ‘supresión activa’”, nos dijo en un correo electrónico Sergei B. Koralov, autor principal del estudio e inmunólogo en la Facultad de Medicina Grossman de la Universidad de Nueva York. Y añadió que su equipo “no observó en nuestros datos nada que indique una supresión activa”.
“Vimos niveles muy bajos de inflamación en las células inmunitarias tras la vacuna de ARNm, en contraste con los altos niveles que vimos con la infección del virus del SARS-CoV-2”, dijo. “El mensaje principal de nuestro manuscrito es que, incluso si no hay inflamación en el transcurso de la infección, la vacunación provoca una respuesta inmunitaria sólida y duradera”.
De hecho, una menor inflamación en el contexto de una vacuna es parte del objetivo: la vacuna debe proporcionar inmunidad sin los efectos nocivos de la infección.
“Esto no sorprende en absoluto y no hay nada malo en ello”, dijo Zúñiga sobre la respuesta más baja del interferón tras la vacunación.
También insistió en que el hallazgo no sugiere en lo más mínimo que las vacunas reducen la respuesta de interferón del sistema inmunitario a otros patógenos.
Tergiversación de un estudio publicado en Lancet
En un intento por dar credibilidad a su argumento, Carlson también afirmó que una publicación de la revista Lancet apoyaba las conclusiones del estudio de Food and Chemical Toxicology. Pero eso tampoco es cierto.
El estudio de Lancet recomendaba la tercera dosis de refuerzo de las vacunas contra el COVID-19.
Carlson citó un comentario que un médico japonés, el Dr. Kenji Yamamoto, publicó en otra revista afirmando que el estudio en Lancet “mostraba que la función inmunitaria entre los individuos vacunados 8 meses después de la administración de dos dosis de la vacuna contra el COVID-19 era inferior a la de los individuos no vacunados”.
Después de sugerir que el estudio de Lancet ocultaba “un hallazgo importante”, Carlson señaló un dato de la tabla 3 del estudio para que la audiencia lo comprobara por sí misma. “Entre las personas de alrededor de 80 años que han sido doblemente vacunadas, eso incluiría a personas como Joe Biden, la tasa per cápita de incidencias médicas, incluyendo hospitalizaciones o muerte, es casi dos veces mayor que la tasa de incidencia grave entre los no vacunados”, dijo.
Carlson añadió que el estudio de Lancet “también incluye un gráfico que muestra la eficacia negativa de la vacuna después de ocho meses en todas las edades y en todos los participantes del estudio”.
Sin embargo, Carlson está distorsionando datos del estudio seleccionados a su conveniencia.
“El estudio que hemos publicado no incluye ninguna de las afirmaciones” que hizo Carlson, porque no eran estadísticamente significativas, nos dijo su autor principal, el Dr. Peter Nordström, en un correo electrónico. Los resultados que son estadísticamente significativos y las conclusiones del estudio “se encuentran en el resumen del mismo”, añadió.
El estudio, que fue publicado en febrero, utilizó registros nacionales de Suecia para evaluar la eficacia de la vacuna contra el COVID-19 frente a la infección, la hospitalización y la muerte hasta nueve meses después de la vacunación completa, desde diciembre de 2020 hasta octubre de 2021. Se halló que la protección de las vacunas contra infecciones graves disminuye con el tiempo, con algunas diferencias según el tipo de vacuna (Suecia utilizó las dos vacunas de ARNm y la vacuna de AstraZeneca). La protección de la vacuna contra el COVID-19 grave disminuyó menos, y todavía había alguna después de cuatro meses, lo que, según los autores, refuerza el razonamiento de aplicar las dosis de refuerzo.
Nicholas Jewell, catedrático de bioestadística y epidemiología en la London School of Hygiene and Tropical Medicine, nos dijo que la interpretación de Carlson de la tabla 3 era “totalmente incorrecta y engañosa”.
Es cierto que para el grupo de edad de 80 años o más, después de unos seis meses o más, las personas vacunadas tuvieron casi el doble de incidencia de infección por coronavirus con cualquier gravedad que las no vacunadas (1,8 frente a 1,0 por 100.000 personas-días). Sin embargo, estos son datos brutos y, repetimos, se refieren a infecciones con distintos tipos de gravedad, no solo a hospitalizaciones o muertes, como sugirió Carlson.
Cuando los datos se ajustan en función de la edad y el tiempo transcurrido desde la vacunación, señaló Jewell en un correo electrónico, “los datos muestran que los individuos vacunados en este grupo están un poquito mejor que los no vacunados” (una eficacia de la vacuna del 4%, que aumenta al 5% con ajustes adicionales).
Las cifras sobre la eficacia de la vacuna no son estadísticamente significativas, por lo que son muy imprecisas. En realidad, dijo Jewell, “simplemente no sabemos cuál es la eficacia para este grupo de edad en este periodo de tiempo desde la vacunación”, aunque las pruebas “siguen apuntando a que los individuos vacunados están protegidos contra resultados perjudiciales”.
No solo es erróneo concluir a partir de estos datos que los vacunados corren más riesgo que los no vacunados, sino que Carlson también seleccionó los datos que le convenían. Como señaló Jewell, los datos sin ajustar que destacó son los únicos de la tabla que muestran una mayor frecuencia de infección bruta entre los vacunados.
“En las otras 36 filas” que muestran las estimaciones de la eficacia de la vacuna en diferentes momentos de la vacunación en diversos grupos demográficos, los vacunados están igual o mejor, y a veces “¡sin duda mucho mejor!”, dijo Jewell.
La interpretación de Carlson del gráfico 2 del estudio, que refleja el declive de la eficacia de la vacuna frente a la infección de cualquier gravedad a lo largo del tiempo, también es “completamente errónea”, dijo Jewell. Esto se debe a que existe una incertidumbre considerable respecto a los datos, agrupados en el área sombreada, que siempre contiene un cero.
“Estas áreas sombreadas nos dicen que no tenemos pruebas de la eficacia pasados los ocho meses”, dijo Jewell. “Lo que el gráfico tampoco muestra es que hay pruebas de la eficacia negativa de la vacuna”.
En cuanto al médico japonés que afirmó que los datos de Lancet “mostraban que la función inmunitaria entre los individuos vacunados 8 meses después de la administración de dos dosis de la vacuna contra el COVID-19 era inferior a la de los individuos no vacunados”, Jewell dijo que no encontró nada que apoyara esto en el estudio de Lancet, ya que también parece ser una interpretación errónea del gráfico 2.
El comentario de Yamamoto muestra una malinterpretación del gráfico, y también generaliza incorrectamente una disminución específica y esperada de la inmunidad contra el coronavirus con el tiempo, después de la vacunación, con una disminución general de la inmunidad contra todo. No hay pruebas de ello en el estudio de Lancet, ni en ningún otro lugar.
Traducido por Elena de la Cruz.
Nota del editor: El Proyecto de Vacunación/COVID-19 de SciCheck es posible gracias a una beca de la Robert Wood Johnson Foundation. La fundación no tiene control alguno sobre las decisiones editoriales de FactCheck.org, y los puntos de vista expresados en nuestros artículos no reflejan necesariamente el punto de vista de la fundación. El objetivo del proyecto es aumentar el acceso a información precisa sobre el COVID-19 y las vacunas, y reducir el impacto de información errónea.